MEXICO

A los 22 años Antonio Uvalle lo tenía todo. Estudiaba el tercer semestre de Arquitectura en la Universidad Anáhuac cuando una salida entre amigos le cambió la vida para siempre y lo dejó en silla de ruedas.

Él y un amigo se fueron desde la tarde con unas compañeras a comer; ahí comenzaron a beber. Después decidieron ir a una boda a la que estaban invitados, pero luego de unos tragos, consideraron que sería más divertido ir a un antro y una vez en él, optaron por volver a la boda ya en estado de ebriedad.

En el camino de regreso su amigo decidió mostrarle cómo "corría" su auto nuevo, sin embargo en avenida Constituyentes, en una curva perdieron el control. El vehículo se impactó contra un grupo de peregrinos provenientes de Toluca.

Antonio perdió el conocimiento. Al abrir los ojos se encontraba rodeado de gente que lo agredió, provocándole fracturas, lesiones en el rostro y le rompieron dos vértebras, lo cual lo dejó en una silla de ruedas de por vida.

"A partir de ese día toda tu vida cambia, el simple hecho de levantarte todos los días con un cuerpo que no te responde; la vida de tu familia cambia", recuerda 25 años después el hoy arquitecto y reciente padre de familia.

Económicamente también fue un golpe duro, pues señala que su accidente costó a su padre todos sus ahorros, pues hubo que pagar enfermera las 24 horas y adecuar la casa.

Ahora forma parte de la asociación civil Convivencia sin Violencia que promueve el no abuso de bebidas alcohólicas entre jóvenes.

Cuando Antonio Uvalle acude a las escuelas no duda en narrar su historia para que sirva de ejemplo y así menos jóvenes tengan que "interrumpir toda su vida por una copa de más".