ESPAÑA

Alejandro Casanova, de 37 años de edad, lleva seis meses sin probar una gota de alcohol

Empezó a hacerse mucho daño a sí mismo a los doce años, a los trece ya estaba ingresado por ello en el Hospital de Mora y desde entonces la desesperación y no poder vencer a su enfermedad le han llevado a varios intentos de suicidio. Se llama Alejandro Casanova, ya tiene 37 años y por fin lleva cerca de 180 días seguidos sin probar una gota de alcohol.

Es sólo uno de los enfermos que acuden cada semana a Arca (asociación de auto ayuda e información sobre el síndrome de dependencia alcohólica) para ganarle la batalla al culpable de que haya pasado por su propia vida como un auténtico zombi. Así es como él mismo lo describe ahora que mira atrás y se da cuenta de lo que ha perdido. ¿Y qué ha perdido? "la juventud, la posibilidad de estudiar y de vivir. Lo que he perdido es felicidad", se atreve a decir Alejandro con lágrimas en los ojos. "No es que tenga envidia, pero veo a mis hermanos con sus propias familias y siento que eso es lo que me gustaría tener a mí". De momento, "quiero curarme, que me queda mucho camino por recorrer, estar con mi pareja, trabajar y aprovechar la vida que me queda por delante para hacer lo que no he hecho hasta ahora. Lo que yo he pasado no se lo deseo a nadie".

Su padre murió muy joven, también era alcohólico. Dejó a su madre sola con seis hijos "y tenía que buscarse la vida para conseguir comida para todos. Me he sentido muy solo desde pequeño, quizá habría necesitado más cariño, pero la muerte de mi padre hizo que mi madre no descansara ni un minuto para sacarnos adelante. Me habría gustado que me dijeran más veces 'te quiero'. Yo pasaba mucho tiempo en la calle con gente de mi edad, y ya a los doce años bebía alcohol. Tanto que un año más tarde me ingresaron en el Hospital de Mora. Mi madre me ha llevado a muchos médicos en todos estos años, pero nunca lo tomé en serio, yo no veía ningún problema en lo que hacía. Llegó un momento que bebía para reventar, no lo hacía para divertirme ni mucho menos; yo no sabía lo que era la vida y no veía ninguna salida. Me levantaba temblando y tomaba alcohol a todas horas, muchas veces lo hacía precisamente para olvidar el modo en el que me había comportado el día anterior por culpa del alcohol. Otras, para olvidar que mi madre se estaba muriendo o una crisis de pareja. Todo quería solucionarlo con el alcohol".

Hace algo más de seis meses, y tras varias recaídas, Alejandro tuvo la suerte de acompañar a un amigo al Centro Provincial de Drogodependencias. Una vez allí, y ya cansado de "vivir sin saber lo que es la vida", se atrevió a pedir cita y le recomendaron acudir a Arca. "Ojalá hubiera conocido esta asociación mucho antes", dice ahora. "Tengo el apoyo de mi pareja y familia, a pesar de que han sufrido mucho. Todavía tengo que ganarme su confianza, a veces no se creen que acuda al médico con frecuencia", dice. "Cuando veo a mi madre le digo: mamá, que hoy estoy fresco, pero todavía no se lo cree del todo". Por eso, cuando ve en las noticias y en la misma calle los botellones de la gente joven se lleva las manos a la cabeza, "lo hacen porque no son conscientes de cómo pueden acabar, si lo fueran no lo harían. Pero ahora, ¿quién puede frenar el fenómeno del botellón?".