Página de Inicio E-Mail
Contenido sindicado

Buscador:
 
 
 
Usuario: Password:
Recordar Contraseña|Registrarse >>


Publicado por daniel 21/01/2011 22:29 / 0 Comentarios Ver nota completaEnviar nota a un Amigo

El Juzgado

Mi carrera alcohólica comenzó desde muy temprana edad. Contaba sólo siete u ocho años, cuando en un diciembre, festejando el nacimiento del "niño Dios", nuestro padre, un humilde y honrado campesino, nos permitió tomar algunas copas de etílico. Esto se convertiría después en la razón de mi existencia, la idolatría de mi vida, en algo completamente superior a todas mis fuerzas y a todo humano razonamiento: el alcohol en su manifestación como el "divino aguardiente".

 

Sí, aquella noche en diciembre probé por vez primera el alcohol. Cuál sería mi propia sorpresa al verme ingiriendo al otro día la misma embriagadora bebida, obviamente en forma oculta, pues temía a la reacción que pudiera desencadenarse en mis padres y hermanos mayores. Debo reconocer que, desde aquella lejana época, mis sentimientos de orgullo y mi gran complejo de superioridad no tenían ningún límite. Este orgullo y este complejo se acrecentaban a medida que continuaba ingiriendo alcohol. La bebida tenía lugar en forma espaciada por cuanto el medio en donde se desarrollaba mi existencia y las condiciones precarias de nuestra economía, no permitían que fuera más continúa. Sin embargo en el fondo de mi alma y de mi ser abrigaba la esperanza de poder darle rienda suelta a mi enloquecedora sed por el alcohol.

Vino posteriormente mi encuentro con la ciudad, y con ello el conocimiento y el embrujo que traen aparejadas la vida ciudadana: nuevos amigos, nuevos parientes, nuevos enfoques, y, pese a mi corta edad, nuevas y por qué no decirlo, agradables borracheras que, en algunas oportunidades, se prolongaban por uno o dos días. Afortunadamente para mi carrera alcohólica contaba con el apoyo de varios parientes quienes se enorgullecían de tener dentro de su parentela a un ejemplar que como yo, muchas veces los derrotaba en el aguante del etílico que continuaba siendo el aguardiente.

Terminé mis primeros años de estudio, esto es, la primera etapa de los cinco años primarios. Vino el bachillerato y con ello el aceleramiento de mi carrera alcohólico, a un ritmo vertiginoso. En mi condición de bebedor fuerte y aguantador no había en el bachillerato quien siguiera la carrera que yo llevaba; dentro del círculo de estudiantes yo gozaba de ser el mejor en cuanto a la ingestión de bebidas espirituosas se tratara. Eso naturalmente inflaba mi orgullo y me invitaba a continuar en lo que estaba, esto es, ingiriendo alcohol. Recuerdo hoy, que mis tres últimos años de bachillerato estuvieron a punto de fracasar. Mis ausencias eran continuas hasta al punto que yo no supe nunca en esos años lo que era asistir un día lunes a clase, pues lo dedicaba a terminar mi farra de fin de semana que comenzaba el viernes en la noche. Recuerdo con gracia que habiendo terminado el bachillerato, un amigo mío y yo nos dirigimos hasta el santuario de Girardota, a pie, con el fin de hacer la promesa de no volver a beber jamás y para que el Milagroso nos pudiera vincular a la universidad; este último propósito se logró, mas no el primero. Mi carrera alcohólica continuó al abrigo de los nuevos conocimientos humanísticos que adquiría, y al amparo de los nuevos socios y compañeros de farra que abundan en las universidades.

Con la llegada a la universidad, continuó agudizándose cada día más y más el problema de la bebida. Pese a mis promesas, a mis juramentos, a los consejos y recomendaciones de profesores, compañeros de estudio y parientes, y no obstante mis buenas intenciones y mis sinceros propósitos no hubo poder humano que lograra por aquella época que yo dejara de beber. En algunas oportunidades permanecía abstemio en forma forzada, y eso constituía para mí una amarga experiencia, porque luego se desataban unas interminables borracheras que traían aparejadas las más nefastas consecuencias complejo de culpa, remordimientos, soledad absoluta, dolor físico y espiritual. Había hecho su aparición la temible "laguna" y yo no encontraba forma de salir de ese terrible infierno, cada día causando más y más daño a mí mismo, a mis parientes, amigos, conocidos, en una forma a toda la sociedad.

Logré terminar mis estudios universitarios y sin pena ni gloria o más bien con mucha pena y dolor por mi manera de beber me gradué de abogado. Me enganché en la carrera judicial, más con el propósito de conseguirme el etílico de cuenta del Estado que por sincera vocación. Como seria el desastre que al llegar al juzgado en un lejano pueblo, en donde por demás existen unas hermosas playas, lo primero que hice fue colocar un aviso bien grande y visible en la puerta de entrada al despacho en donde se leía: "Juzgado en Inventario"; el juez y su secretario estaban administrando justicia en los bares y cantinas de la población. ¡qué tremenda irresponsabilidad la de un alcohólico activo!, ello por poco y recién graduado casi me proporciona una sanción que me hubiera alejado totalmente de la profesión de abogado.

Hube de renunciar en forma rápida y, apremiado por mi mísera situación alcohólica, fui a parar en forma casi accidental al municipio del suroeste colonia de Ciudad Bolívar, en donde estuve durante cuatro años. Allí se desembocó en forma tan espantosa mi alcoholismo que en muchas oportunidades estuve a punto del suicidio, suicidio que se vela estimulado por la gran racha de ellos que se presentaban en este municipio. Pero el destino o la Divina Providencia le tienen deparado a sus seres las más grandes sorpresas, y a mí, en la etapa más grave de mi carrera alcohólica, me tenía previsto el que conociera o recibiera información sobre la existencia de Alcohólicos Anónimos. Esto ocurrió precisamente al observar a un compañero de farras que ya tenía como once meses sin ingerir una sola copa de alcohol, y fue un veintiséis de diciembre. Me debatía en una tremenda crisis física, moral y espiritual cuando recibí del amigo y hermano la noticia del Programa de Recuperación. Esta noticia se realizó a los noventa y seis días de su recibo, pues concretamente, mi último aguardiente lo ingerí un treinta de marzo y el primero de abril de mil novecientos ochenta estaba haciendo mi ingreso a la primera reunión en un grupo de Alcohólicos Anónimos. Allí se verificó lo más grande y significativo que a mí me ha ocurrido en la vida.

En primer término, debo decir que se operó el milagro de mi renacimiento y comencé a vivir y se verificó el milagro de desaparecer de mi mente la terrible obsesión por la bebida alcohólica. Sin proponérmelo, pues los desconocía en absoluto, di el Paso Uno, esto es, acepté sin reservas, sin condiciones, sin ningún tipo de duda mi condición de alcohólico; y algo más: deduje que mi alcoholismo es congénito o mejor que nací alcohólico, de lo cual nadie, ni yo menos, tiene la culpa. Seguidamente acepté, desde que escuché la oración de la Serenidad con que se abrió la reunión, que solo Dios, y sólo El, era el responsable de que yo asistiera a ella, y que me quedara hasta hoy en el programa, Paso Dos. Igualmente desde ese día primero de abril de mil novecientos ochenta entregué mi ser, mi voluntad y toda mi existencia al cuidado de Dios, tal como yo Io concibo, Paso Tres. De ahí en adelante paré de contar, pues necesariamente consideré que los demás Pasos se dan como el producto, la consecuencia lógica y razonable de esos primeros tres Pasos. En este plan nos encontramos en estos momentos viviendo la alegría que proporciona sentir en el alma, en el espíritu, y n el cuerpo, los efluvios espirituales del programa de Alcohólicos Anónimos.

Pienso, sin ningún temor a duda, que todo lo que soy, lo que he llegado a ser, mi recuperación en todos los órdenes se la debo a mi Poder Superior y por intermedio de Él a Alcohólicos Anónimos. He podido recuperar mi amor a Él, el reconocimiento de su grandeza y generosidad, mi propia estima y el respeto por los demos, la recuperación de mi hogar, de mi trabajo, de mi reintegro a la sociedad, en fin, en una palabra, todo se lo debo a mi Dios, tal como lo entiendo; de ahí que guarde infinito sentimiento de gratitud y reconocimiento a Alcohólicos Anónimos, a su programa de vida, y de ahí, mi gran responsabilidad para estar listo en todo momento a pasar el mensaje de la recuperación al hermano alcohólico activo que hoy, como yo ayer, se debate entre la vida y la muerte en el terrible infierno del alcoholismo. Gracias a mi Poder Superior puedo vivir al menos, un día a la vez sin beber sólo por veinticuatro horas, y todo gracias al Programa de Recuperación que brinda Alcohólicos Anónimos.

FUENTE:      anonymousone

http://www.anonymousone.com/story40.htm


Publicado por Fisac 9:06 AM / 0 Comentarios Ver nota completaEnviar nota a un Amigo
Comentarios:
Comparte con nosotros tus inquietudes Email

 
 




Siguenos a través de:

Calendario de
Artículos Publicados




 
 
Av. Ejército Nacional No. 579, 6º Piso, Col. Granada, Delegación Miguel Hidalgo, C.P. 11520, México, D. F.
Teléfonos: 5545-6388, 5545-7027, 5545-7216 y 5545-9981

Aviso Legal   |   Legal Disclaimer
 
  Derechos reservados © 2006 Fundación de Investigaciones Sociales, A.C.