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Publicado por daniel 07/08/2010 22:38 / 0 Comentarios Ver nota completaEnviar nota a un Amigo

No soy alcohólico

Eso dije mil veces. ¿Mil? ¡Muchas más! ¿Cómo se atrevían a decir que lo era? Jamás falté a mi trabajo a causa del alcohol, siempre di a mis hijos todo cuanto necesitaron en lo material, nunca tuve un accidente, ni una vez me puse tan mal que tuvieran que llevarme al hospital. Es más, siempre llegué a mi casa; de madrugada, pero llegué. Mi madre, mi esposa, mi mejor amigo y hasta mi suegra insistían en que yo lo era, pero yo les demostraba que no era así dejando de tomar un tiempo. «¿Ya ven? -les decía- Si fuera alcohólico no podría dejar de beber». Y, seguro de no serlo, retomaba el trago. Me relajaba, me divertía, me ayudaba a alejarme de mis problemas. ¿Qué mal podía haber en eso? ¿No tenía yo derecho a pasar mi tiempo libre como mejor me pareciera?

 

Las quejas de siempre

Permítanme exponer las quejas de mi esposa, que ahora veo muy lógicas, pero entonces me parecían exageraciones. No entendía por qué tanto pleito a causa de mi forma de beber. «Lo que pasa es que tú haces tormentas en un vaso de agua, te gusta atormentarte y atormentarme, tú no quieres ser feliz», le decía yo. Pero, bueno, van las quejas:

 

-Cuando tomas, eres odioso. Te enojas por cualquier cosa, eres hiriente en tus comentarios, cínico en tus apreciaciones. Eres injusto. Nos lastimas a mí y a nuestros hijos, nos insultas y no le das importancia al asunto.

 

-Cuando tomas, eres desconsiderado. No te importa el tiempo de los demás, ni dar molestias, ni cambiar los planes de los demás.

 

-El ambiente se vuelve tenso. Cuando te tardas en llegar, enseguida pensamos que te fuiste a tomar. Y estamos nerviosos esperando a ver cómo llegas y si llegas, porque nos asusta pensar también que pudieras tener un accidente. Cuando por fin llegas, si bebiste, sabemos que cualquier cosa te puede hacer estallar. Tenemos miedo de hablar, de movernos, de hacer cualquier cosa.

 

-Sabemos también que en esas condiciones no es posible hablar serenamente contigo y que no nos ofreces ningún razonamiento lógico. Es como perderte, o perder una parte de ti.

 

-A causa del alcohol, hemos perdido como familia valiosas oportunidades de intimidad, de convivencia, de relaciones sociales y de diversión. Para ti siempre es más importante la oportunidad de beber.

 

-Lejos de ganar el respeto de tus hijos, les provocas miedo. Y cuando no te das cuenta, se burlan. Imitan tu paso zigzagueante y tu voz pastosa. Se ríen de la imagen que les ofreces cuando te quedas dormido en el sillón o en la taza del baño. Y de tu aspecto al día siguiente de la borrachera. Y de las muchas veces que haces el ridículo y ni siquiera te das cuenta. Francamente, yo no veo cómo, en base a qué, exigirles que te respeten.

 

-Cuando has bebido, físicamente te vuelves repugnante. Tu olor, tu aliento, tu mirada, tu piel, todo me aleja de ti. Si quieres intimidad y te rechazo, te enojas sin tratar siquiera de entender lo que siento.

 

Ahora que escribo esas razones, entiendo. La vida matrimonial y la familiar está hecha de pequeños detalles, de un sinfín de hechos cotidianos. Yo pensaba que no era grave lo que hacía, en verdad creía que no era para tanto. Casi de la mano, mi esposa me llevó a un grupo de Alcohólicos Anónimos. Fue peor. Más me convencí de que yo no era alcohólico. Mi vida nada tenía que ver con la de las historias que contaban esas personas.

 

Si bebes, haces daño y si reincides, eres alcohólico

Una madrugada encontré mis maletas en la puerta. Ya me había dicho mi mujer que quería que nos separáramos, pero no la tome en serio. Aquella vez toqué, hice un escándalo y no me abrió. Me fui a un hotel, profundamente herido en mi dignidad, así lo sentía. Quiso el destino, mejor dicho, quiso Dios que por esos días me encontrara con un hombre que conocí en aquella fallida -para mí- sesión en doble A. Y por primera vez en mi vida me abrí sinceramente con alguien acerca de mi problema. Para mi sorpresa, él me dijo que su situación había sido similar. Tenía éxito en su trabajo, jamás había fallado en él a causa del alcohol. Tampoco había tenido problemas de salud. Él no se enojaba ni se volvía hiriente como yo, lo que hacía era ser infiel a su esposa: tenía relaciones sexuales con otras mujeres, la mayoría de las cuales jamás volvía a ver. Tal vez ni las reconocería al día siguiente en la calle. Alguien le dijo, y él me lo dijo a mí, que si cada vez que bebía hacía cosas que le hacían daño a él, a su pareja, a su familia y a otras personas, si hacía cosas que luego lamentaba, y las repetía cuando bebía nuevamente, y aun así volvía a beber, entonces tenía un problema de alcoholismo. «Mientras no lo reconozcas -me dijo- seguirás haciéndote daño y lastimando a quienes más quieres. Hoy puede ser el primer día de una vida feliz para ti y los tuyos, pero necesitas tener el valor de afrontarlo».

 

Lo hice. Fue el reconocimiento más difícil que he hecho jamás de mí mismo y ante mí mismo. Pero aquel hombre tenía razón. Ese fue el primer día de una vida feliz con mi mujer -quien tuvo la generosidad de perdonarme-, con mis hijos y conmigo mismo. Y yo sigo, lo más fielmente que puedo, el programa de doce pasos de Alcohólicos Anónimos. Han sido mi salvación.

 

FUENTE: 
  Mercaba

http://www.mercaba.org/FICHAS

 


Publicado por Fisac 9:06 AM / 0 Comentarios Ver nota completaEnviar nota a un Amigo
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